Confesiones de un maestro por Jacobo Cortines

Confesiones de un maestro por Jacobo Cortines

Con mi mente y mis actos busqué siempre
mirando hacia el futuro un tiempo nuevo,
huyendo de lo obvio, lo ya visto,
del capricho de modas pasajeras,
y traté de enfrentar mi nuevo tiempo
con la enorme riqueza de lo clásico.

Desterré de mi vida la pereza,
fanatismos, cansancios, servilismos,
y mi estrella polar fue la energía,
la libertad, el interés, el sueño,
la utopía, el amor, la tolerancia.

Tres fueron mis principios: hacer frente
a los interrogantes de la vida,
desde lo más pequeño a lo insondable;
transformar el trabajo en puro juego;
y convertir lo que es deber en júbilo.

Mis herramientas fueron mis estudios.
el griego me enseñó que las palabras
pueden significar cosas distintas,
depende del contexto en que se encuentren.
El latín, sin embargo, me ha mostrado
que quien habla o escribe ha de atenerse
a una afirmación lo más precisa.

La lengua griega me ha capacitado
para mostrar de un texto sus matices
y adaptarlo al espíritu del tiempo.
Y la lengua del Lacio me ha exigido
anclarlo a una verdad muy meditada.

De la primera fuente nació el músico,
el director de orquesta y el docente;
de la fuente segunda el ensayista,
el editor de obras inmortales.
Y así, en mi corazón guardo a Rossini,
y con él a Sevilla en mi memoria,
desde que siendo niño me llevaron
a ver ese Barbero con guitarra
y de fondo una torre omnipresente.

En los pupitres de la escuela supe
que fue Sevilla capital del mundo,
y que pródiga obró naturaleza
con su luz y perfumes y su gente
proclive a un hedonismo refinado.

Era, pues, natural que esa opulencia
de manera indeleble penetrase
en alguien que, sediento de belleza,
descubrió en aquel Cisne de Pésaro
una asonancia tal, y a él dedicara
toda su fe y todo su entusiasmo.

Una música irónica y abstracta,
ambigua, misteriosa, una locura,
que entremezcla lo bufo con lo serio
más allá de etiquetas reductoras.
Un ritmo que la vuelve electrizante
y que inflama las células del texto.

Por eso fue mi empeño rescatarla
de la no comprensión y del olvido,
pues sólo fueron pocos y distantes
aquellos que entendieron la importancia
de una revolución tan novedosa.
Con ironía reflejó su rostro
la soledad del genio en su sonrisa.

Limpié de afeites falsos su Barbero,
respeté su elegancia y ligereza,
le devolví su dignidad perdida,
igual que a tantos otros personajes
degradados por torpes prejuicios.
Y le hice ver al mundo las pasiones,
tormentas y venganzas, llanto, iras,
humillaciones, súplicas y orgullos,
que sus acciones trágicas guardaban.

Larga ha sido mi vida y provechosa,
y variada fue su geografía:
Milán, Cremona, Nápoles, Florencia,
Europa al completo, Rusia, China,
América, Japón, y especialmente
Pésaro, su ciudad, y muy cercana
en mii vejez España como patria.

De joven cultivé las amistades
de los viejos maestros; y de adulto
gran parte de mi vida he dedicado
al talento emergente de los jóvenes.
Por eso he practicado la utopía
de las vanguardias que rompían moldes;
por eso me pasé a la disidencia,
no a la oficial, que obtiene beneficios,
sino a la más callada y a la sombra.

Para no envejecer he concluido
que, una vez aceptado el desengaño
de la ilusión de un mundo mejorable,
muy a pesar de todo, bien merece
seguir luchando y asumir el reto
de un sacrificio que quizás sea vano.


Jacobo Cortines. El Labrador, 18 de agosto de 2020

© Zedda-Vázquez