“!No le grites, que escapa!”
“Trabajando con el Maestro Zedda le oí decir muchas veces esta frase a los tenores o barítonos cuando en los dúos de amor no cantaban todo lo “piano” que el maestro requería para que los sentimientos y la emoción de esa parte de la opera llegaran nítidos y puros hasta el público. Buscaba los más leves matices emotivos en los personajes para no caer nunca en una interpretación vulgar.
Su entusiasmo para la vida y el trabajo artístico hacia de el un hombre y un maestro incansable: nunca se fatigaba de ensayar o de enzarzarse en largas discusiones sobre lírica, así como de bucear toda una mañana con sus gafas y aletas mientras nosotros -que entonces éramos jóvenes- estábamos sentados en una roca de la costa de su amada Cerdeña.
Él me contagio ese entusiasmo positivo que intentó llevar conmigo en mi ajetreado trabajo y en mi vida privada. Esa energía positiva electrizante que tenía, exactamente igual a la que desprende toda la obra Rossiniana, casi tan suya como del gran genio de Pesaro.” Emilio Sagi