“Descubrí a Alberto Zedda en 1973, en torno a mi pasión por Teresa Berganza.
Leí sus comentarios lúcidos, rigurosos pero no exentos de humor, sobre la depuración de Rossini en los legendarios coffrets de la Deutsche Grammophon, con Abbado.
Cuando lo encontré en persona, en 1988, 15 años y varios exilios después, él ya era un casi pariente a la distancia. Anudamos complicidades, éramos rojos, reíamos juntos, él con su chispa irrefrenable decía “ma Cristinita, perchè mi nascondi Tambascio”.
Su enorme carrera como director impuso otros derroteros, pero siempre retomábamos como el primer día, una conversación ininterrumpida a lo largo de 29 años.
Cuando en Septiembre pasado tuve finalmente el enorme placer de dirigir escénicamente su Falstaff, alcanzamos una sintonía de otro orden, aún más alta. Su vitalidad obró aquél milagro en 9 días, un vendaval ya del siglo XX. Nos despedimos en el repertorio que acaso más amaba, y con la risata finale de Verdi. Chi puó chieder meglio?” Gustavo Tambascio