Parapetado detrás de su pequeño pupitre, apenas con el bloc de notas y la partitura y comienza la audición para, pocos compases después, interrumpir y explicar. «Camina un poco con el aria», aconseja con su voz queda y rasgada, «busca otro modo de decirlo». La soprano, lejos de contrariarse por la interrupción y el apunte, acoge la recomendación como una clave de bóveda sobre la que reconstruir su interpretación. Y guarda silencio unos segundos, porque probablemente el maestro Alberto Zedda acompañe el consejo con reflexiones en voz alta sobre la ópera que, a fin de cuentas y tratándose del arte más humano posible, son también reflexiones sobre la vida.
Así se suceden los días en el Curso de Perfeccionamiento Vocal que, desde el pasado 26 de septiembre y hasta el próximo sábado tiene lugar por primera vez en La Coruña, dentro de este ciclo de su temporada lírica, y organizado por la Asociación de Amigos de la Ópera de la ciudad herculina. Un curso que anteriormente se celebraba en Madrid, pero que Zedda —milanés de nacimiento— ha querido trasladar a su adoptivo hogar coruñés para consolidar su oferta pedagógica dentro de la temporada.
En total, quince alumnos de cinco nacionalidades, de distintas cuerdas y sensibilidades musicales, aunque los que se han inscrito este año saben que con Alberto Zedda lo que hay que cantar es ópera italiana del primer tercio del Novecento, el siempre apolíneo y hermoso bel canto, muy castigado en estos tiempos de falsos divos y estrellas prefabricadas por el marketing.
Son voces jóvenes, todavía por acabar de cuajar y encontrar su sonoridad definitiva, a las que Zedda recomienda «cantar menos y estudiar más». El estudio, esa asignatura pendiente que muchos esquivan seducidos por el falso oropel del éxito inmediato que proporcionan las discográficas y la publicidad. ¿Quién necesita estudiar cuando se puede debutar en La Scala de Milán antes de los 30?
Para los más aventajados, tanto Zedda como la Asociación han querido fijar como premio la posibilidad de participar, aunque sea con roles de comprimario, en los títulos que todavía quedan por delante en la temporada lírica coruñesa. El propio Zedda dirigirá en junio la nada habitual «Ermione» rossiniana, título que se acompañará de una «Flauta Mágica» de Mozart y, este próximo enero, el «Attila» de Verdi en versión de concierto.
El director tirano
Tras la mirada dulce, juvenil e incluso pícara de este octogenario se esconde, no obstante, el pequeño tirano que llevan en su interior todos los directores de orquesta que tienen meridicanamente claro cómo debe sonar un autor, cómo cantar un estilo, como ínterpretar un personaje. «Mozart no es aburrido», corrige a una mezzosoprano, «es aburrido si nosotros lo hacemos así». Y al hilo del Deh vieni, non tardar de «Las Bodas de Fígaro», Zedda desnuda al genio de Salzburgo. «Nadie ha hecho tanto erotismo en su ópera como Mozart», revela, «esto es porno, pero porno elegante, fino, exquisito». El consejo se torna provocación, que arranca las sonrisas de los presentes, un reducido público que estos días ha venido estando formado por el resto de los alumnos, maestros de canto, profesores del conservatorio coruñés, miembros del coro de la OSG o meros aficionados rasos con curiosidad por escuchar a una de las voces más autorizadas para hablar de ópera italiana en el último medio siglo.
Hay una constante en el magisterio de Zedda, y no es tanto decirle al alumno cómo debe cantar sino que preste atención a qué esta cantando. «Esto no es una lección que se aprende y se recita, esto es canto italiano y tenemos que expresar a través del canto», exhorta a dos jóvenes que interpretaban el dúo Guarda, sorella del «Così fan tutte» mozartiano. «Hay que buscar la parola, porque la propia parola te sugiere cómo hay que cantarla», insiste. Desde su pupitre, Zedda se erige en custodio de los valores de la tradición italiana del canto, esa que se asienta sobre la variedad, el juego de las intensidades, la entonación «y la imaginación», elementos que diferencian a la ópera de un recitado en voz alta de las páginas amarillas.
Zedda y el Barbero
El siguiente tenor que sube al escenario lleva en la mano la partitura de Se il mio nome, de «El barbero de Sevilla». Cantar una pieza de este título a Alberto Zedda es hacerlo de la ópera que más ha estudiado a lo largo de sus más de cincuenta años de profesional. Él fue quien desempolvó el manuscrito original de la Biblioteca del Conservatorio de Bolonia, que restituyó las escenas que se habían cortado a lo largo de las décadas por culpa de la tradición y la falta de cantantes capaces de afrontar una escritura exigente. Y es el mismo Zedda que firma las ediciones críticas de «El barbero» que se utilizan a día de hoy en las representaciones por todo el mundo.
Es decir, cantar el Conde de Almaviva delante de Zedda es salir a la cuerda floja sin red de seguridad. La voz recuerda ligeramente a la de Rockwell Blake, no especialmente agraciada en cuanto a color pero flexible y elegante. «No es un aria, es una improvisación», recomienda en una de las escasas interrupciones, «canta ligero, canta suave». Y del mismo modo que señala dónde se puede mejorar, el maestro tampoco escatima un «bravo» cuando el cantante lo merece. Tan es así que le pide un bis en forma de Ecco ridente in cielo, la cavatina del primer acto del tenor.
Construir el personaje
Se va acabando la lección por hoy, y será el turno de un barítono para cerrar la jornada sabatina. Escoge la escena de entrada de Belcore en «L’elisir d’amore», Come Paride vezzoso, con la que el presuntuoso sargento aspira a impresionar a la astuta Adina. Tuerce el gesto tras las primeras notas y tira de ironía para expresar qué siente. «Eres París, no un Marte frustrado», ilustra comparando a los dioses romanos, «no tienes que cantarlo todo en forte, puedes hacerlo más dulce. No te preocupes de las notas, construye primero el personaje».
En la siguiente acotación, Zedda desliza otra perla llena de sustancia, de sabiduría. «Esto es ópera cómica, pero sus personajes no son estúpidos, como a veces se nos intenta hacer creer con algunas interpretaciones», y la corona con su particular resumen de qué es el «Elisir» donizettiani: «la metáfora es que ellas son más listas que nosotros, y es difícil conquistarlas, porque a Adina no le interesa ni el dinero ni el poder». Vuelven las risas a la sala de conciertos de la Fundación Abanca, en el Cantón coruñés.
Él mismo apostilla su forma de entender estas clases, siempre marcado con la humildad de que es poseedor: «Creo que el único mérito que tengo es que todo lo poco que sé, lo que pude aprender en la vida, lo intento trasladar a los jóvenes, comunicarlo y no quedarme nada para mí, convertir la música en un elemento para alcanzar no ya la felicidad, sino un equilibrio vital». Y el maestro se dice satisfecho, porque «en apenas unos pocos días están mejorando mucho, no ya a cantar, porque yo eso no lo puedo enseñar en dos semanas, sino a percibir y entender qué significa la ópera, qué deben transmitir al interpretarla».
Acaba la sesión. Baja del escenario con su sempiterna sonrisa de niño travieso y reprocha al fotógrafo que no le avisara de que tocaba sesión gráfica. Es apenas una regañina impostada, porque la coquetería del maestro, propia de todo italiano del norte, le mantiene siempre elegante. Se despide de la pianista Ludmila Orlova, la acompañante de estas clases desde el teclado, saluda a los conocidos y cita a todos para seguir el lunes las lecciones de vida. Y las clases de canto, también.